Sombras en las paredes: Pandillas, tatuajes y la supercárcel en el corazón de El Salvador

26 / 04 / 2025 Equipo iNKPPL
Sombras en las paredes: Pandillas, tatuajes y la supercárcel en el corazón de El Salvador
Un grupo de miembros de pandillas callejeras salvadoreñas

Durante décadas, El Salvador ha sufrido la violencia de las pandillas callejeras (las llamadas maras), que se arraigaron profundamente en la sociedad tras la guerra civil. En la década de 1990, cuando terminó la guerra y comenzaron las deportaciones masivas de pandilleros desde Estados Unidos, los grupos criminales ganaron rápidamente influencia en el país. Las más grandes son la Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18 (18th Street), que surgieron entre la diáspora salvadoreña en Los Ángeles y fueron llevadas de regreso a El Salvador mediante deportaciones. Además de ellas, existían grupos más pequeños como La Máquina, Mao Mao y Mirada Loca. En 2020, se estimaba que el número de pandilleros activos era de 60.000 y el número de simpatizantes o “colaboradores” de unos 400.000. Estas pandillas llenaron un vacío social, reclutaron a jóvenes desfavorecidos y extendieron rápidamente su influencia a muchas áreas del país.

Grafiti de Mara Salvatrucha (MS-13) en una pared: una forma en que la pandilla marca su territorio. Foto: Walking the Tracks (CC BY-SA 2.0).

Grafiti de Mara Salvatrucha (MS-13) en una pared: una forma en que la pandilla marca su territorio. Foto: Walking the Tracks

La actividad criminal de las maras abarca la extorsión, el narcotráfico, los asesinatos y el terror a los residentes en barrios controlados. Por ejemplo, las pandillas cobran a la población la “renta” – una tarifa por “protección” a los negocios – y castigan con severidad la desobediencia. En el año pico de 2015, la tasa de homicidios de El Salvador llegó a 103 por cada 100.000 habitantes, una de las más altas del mundo. La influencia de las pandillas se sentía incluso en la política: los delincuentes prohibían a los candidatos hacer campaña en “sus” zonas y se jactaban de poder influir en los resultados electorales. En respuesta, las autoridades adoptaron medidas enérgicas: ya en 2003-2004, las operaciones “Mano Dura” llevaron a arrestos masivos de presuntos pandilleros. En 2012, el gobierno negoció una tregua temporal con MS-13 y Barrio 18, lo que redujo los homicidios, pero el pacto se vino abajo dos años después. En 2015, la Corte Suprema designó a ambas pandillas como organizaciones terroristas. Sin embargo, someterlas completamente era imposible hasta hace muy poco.

Un pandillero de la MS-13 con tatuajes en el rostro y el cuello, incluidas inscripciones y símbolos que indican su estatus y afiliación. Foto: tatpix.ru (CC BY-SA 2.0).

Un pandillero de la MS-13 con tatuajes en el rostro y el cuello, incluidas inscripciones y símbolos que indican su estatus y afiliación

Pandillas Callejeras de El Salvador: Historia, Estructura y Actividades

Origen y expansión. La mayoría de las pandillas salvadoreñas se originaron en el extranjero: Mara Salvatrucha (MS-13) y Mara 18 se formaron en los barrios pobres de Los Ángeles en la década de 1980, entre inmigrantes centroamericanos que huían de la guerra civil. Tras el fin del conflicto, Estados Unidos deportó a miles de criminales a su país de origen, lo que permitió el traslado de pandillas estructuradas a El Salvador. Ya asentados, los “mareros” (miembros de pandillas) reclutaron rápidamente a jóvenes locales de entornos marginados, llenando el vacío dejado por la falta de apoyo estatal. Las pandillas se dividen en células (clicas – “cliques”), cada una controlando un territorio específico y con su propio nombre. Por ejemplo, MS-13 incluye clicas como “Park View Locos”, “Leeward Criminals”, etc., cuyos tags pueden verse en grafitis en las paredes de los barrios.

Grafiti de la MS-13 mencionando la clica ("PVLS Criminal") en la calle. Tales marcas se usan para delimitar territorio y demostrar la presencia de la pandilla. Foto: Walking the Tracks (CC BY-SA 2.0).

Grafiti de la MS-13 mencionando la clica (“PVLS Criminal”) en la calle. Tales marcas se usan para delimitar territorio y demostrar la presencia de la pandilla. Foto: Walking the Tracks

Estructura e influencia. Las pandillas callejeras de El Salvador tienen una estructura jerárquica. La dirección suele estar encarcelada y transmite órdenes “al exterior” mediante intermediarios. Los miembros comunes se agrupan en pequeñas clicas que operan a nivel local. Cada pandilla tiene sus propios símbolos, apodos y un estricto código. Las principales fuentes de ingresos son la extorsión (cobro de “renta” a comerciantes y vecinos), el narcotráfico, robos, robo de autos y otros delitos. Las pandillas no solo compiten con el Estado, sino que también luchan entre sí (principalmente MS-13 contra Barrio 18) por las áreas de influencia. En el auge de la actividad pandillera (la década de 2010), la vida diaria de millones de salvadoreños estaba bajo su control: muchos barrios eran considerados “zonas rojas” donde los forasteros entraban bajo su propio riesgo.

Pandilleros de la MS-13 detenidos por la policía.

Pandilleros de la MS-13 detenidos por la policía.

El poder de las pandillas se mantiene mediante el terror. La desobediencia se castiga con represalias brutales: asesinato, tortura, secuestro. Las pandillas también imponen sus propias “reglas” a los residentes, por ejemplo, estableciendo toques de queda y regulando las relaciones entre jóvenes. La presencia de las maras es visible en todas partes: los barrios están cubiertos de sus grafitis con números (“18”, “13”) y siglas, los jóvenes llevan tatuajes distintivos y utilizan señales manuales para indicar su pertenencia. Durante mucho tiempo, las autoridades no pudieron dar una respuesta adecuada: las cárceles estaban hacinadas y funcionarios corruptos a menudo hacían acuerdos secretos con los líderes de las pandillas. Sin embargo, para la década de 2020 la situación se volvió tan crítica que el gobierno optó por medidas sin precedentes para erradicar el crimen callejero organizado.

Tatuajes distintivos de las pandillas

Uno de los atributos más reconocibles de las pandillas callejeras salvadoreñas son sus tatuajes. Tatuarse entre las maras se convirtió en una tradición, reflejando identidad, lealtad y la “historia de combate” del pandillero. Históricamente, en la Mara Salvatrucha y Barrio 18 existía una regla no escrita: un recién llegado debía tatuarse los símbolos de la pandilla, “marcándose” así ante la sociedad. Los diseños populares incluyen letras y números grandes (como “MS”, “18” o “X8”), escritura gótica con los nombres de las pandillas (Salvatrucha, Dieciocho), imágenes de calaveras, demonios, machetes cruzados y otros motivos intimidantes. Cada tatuaje tiene un significado: puede indicar el rango en la pandilla, el número de “trabajos realizados” (incluidos asesinatos), una clica particular o un evento importante.

Por ejemplo, la imagen de la muerte con una guadaña entre miembros de Barrio 18 simboliza la disposición a matar y morir por la pandilla, mientras que una telaraña representa poder y expansión de influencia. Abreviaturas tatuadas, eslóganes (“Mi vida loca”, mostrado como tres puntos en triángulo) y símbolos religiosos son comunes: por ejemplo, la Virgen de Guadalupe para Barrio 18 (una referencia a las raíces mexicanas del grupo), el rostro de Jesús con letras “MS” ocultas para Salvatrucha. Algunas señales son puramente prácticas: el alambre de púas en la piel significa una larga condena en prisión y lealtad a la pandilla incluso tras las rejas.

Un grupo de detenidos con tatuajes de símbolos de la MS-13

En el pasado, los pandilleros cubrían todo su cuerpo, incluso la cara, con tatuajes, mostrando abiertamente su afiliación. Los combatientes de la MS-13, por ejemplo, se hicieron conocidos por sus rostros tatuados y el número “13” en la frente o el cuello. Sin embargo, en los últimos años, la situación ha cambiado: los tatuajes visibles han pasado a ser innecesarios e incluso indeseables. Bajo la presión de duras medidas anti-pandillas en El Salvador y países vecinos (donde solo un tatuaje podía llevarte a ser arrestado por sospecha de pertenencia), los líderes ordenaron el fin de la práctica de tatuajes visibles. Muchos jóvenes mareros solo se tatúan bajo la ropa o incluso lo evitan por completo para eludir a la policía. Aun así, entre la generación mayor se pueden encontrar personas cuyos cuerpos están casi completamente cubiertos de tatuajes que cuentan la historia de su “carrera” en la pandilla. El tatuaje sigue siendo un ritual simbólico importante, una especie de “pasaporte” para el marero, una señal visual de pertenencia de por vida a la “familia” criminal.

Un pandillero de la MS-13 con tatuajes en la cara y el pecho, incluida la abreviatura 'MS' y otros símbolos de afiliación. Foto: nevsedoma.com.ua (CC BY-SA 2.0).

Un pandillero de la MS-13 con tatuajes en la cara y el pecho, incluida la abreviatura "MS" y otros símbolos de afiliación

Curiosamente, los tatuajes no solo se usan para la autoexpresión e intimidación, sino también como medio de comunicación. Los agentes de policía experimentados han aprendido a “leer” los tatuajes: pueden determinar la afiliación a una clica particular, la especialización (por ejemplo, un dibujo de una torre de prisión puede significar que el portador supervisa el orden en prisión), o incluso el apodo personal del pandillero. Sin embargo, esta información abierta funcionaba en contra de las pandillas: las autoridades, identificando a las maras por sus tatuajes, se volvieron más eficaces al rastrear sus movimientos y conexiones. Como resultado, la era de los tatuajes llamativos va desapareciendo poco a poco, dando paso a simbolismos más sutiles. Sin embargo, el legado de esta cultura está firmemente arraigado en la imagen del crimen salvadoreño: las imágenes de los números “18” o “MS-13” en muros y cuerpos siguen siendo un sombrío recordatorio de los años en que las pandillas aterrorizaron libremente al país.

La nueva “supercárcel” para pandilleros

En 2022, el gobierno de El Salvador, bajo el liderazgo del presidente Nayib Bukele, lanzó una campaña sin precedentes contra las pandillas callejeras: la llamada “guerra contra las pandillas”. El detonante fue una oleada de violencia en marzo de 2022, cuando las pandillas mataron a 87 personas en un solo fin de semana, marcando un triste récord de homicidios diarios desde la guerra. Bukele logró que se decretara el estado de excepción, lo que permitió arrestar a miles de sospechosos de pertenecer a pandillas sin órdenes judiciales ni cargos. En un año, estos arrestos superaron los 60.000. Ante la saturación de las cárceles, las autoridades decidieron construir un nuevo y enorme centro penitenciario específicamente para miembros de maras.

Reclusos en CECOT, vestidos con uniformes idénticos, sentados en el suelo bajo la supervisión de guardias. Foto: U.S. News & World Report.

Reclusos en CECOT, vestidos con uniformes idénticos, sentados en el suelo bajo la supervisión de guardias. Foto: U.S. News & World Report.

La construcción comenzó a mediados de 2022 en un proceso acelerado, y en enero de 2023 el complejo estaba listo. La nueva prisión fue llamada Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT). Está situada en una zona aislada, en el municipio de Tecoluca, departamento de San Vicente, al pie del volcán San Vicente. La magnitud de la instalación es sin precedentes: el complejo cubre 23 hectáreas, rodeado por una zona de seguridad de aproximadamente 140 hectáreas adicionales. Las murallas de la fortaleza, de varios niveles y 11 metros de altura, están rematadas con alambre de púas, el perímetro está vigilado por 19 torres de vigilancia y hay vallas eléctricas en las esquinas. En el interior hay ocho módulos, con una capacidad total de 40.000 reclusos. Esto convierte a CECOT en la prisión más grande no solo de El Salvador, sino de toda América Latina. El diseño y la construcción del complejo costaron al Estado unos 100 millones de dólares estadounidenses, una suma enorme para un país pequeño, justificada por la situación extrema de criminalidad.

Prisión CECOT

Prisión CECOT

El primer grupo de presos –2.000 acusados de pertenecer a pandillas– fue trasladado a CECOT en febrero de 2023 bajo el más estricto secreto y medidas de seguridad reforzadas. La prisión se llenó rápidamente: para junio de 2024, alojaba a 14.532 personas y para finales de 2024 la cifra llegó a 20.000 (aproximadamente la mitad de la capacidad diseñada). De hecho, CECOT se convirtió en el lugar de aislamiento de la mayoría de los mareros detenidos durante la campaña de Bukele.

Las condiciones en la nueva prisión son extremadamente duras. Los presos se alojan en celdas compartidas de unos 100 m², con un promedio de 65–70 personas por celda, menos de 2 m² por persona. Cada celda tiene 80 literas de metal, pero no hay colchones ni ropa de cama. Las celdas están iluminadas permanentemente con luces intensas, las 24 horas del día.

Vista de las celdas de CECOT, donde los presos están recluidos en estricto aislamiento. Foto: U.S. News & World Report.

Vista de las celdas de CECOT, donde los presos están recluidos en estricto aislamiento. Foto: U.S. News & World Report.

Cada celda tiene solo dos baños y dos lavabos, lo que explica las condiciones insalubres extremas en medio del hacinamiento. La comida de los internos es escasa: frijoles, gachas de maíz, arroz y huevos, servidos dos veces al día. No se les entregan cubiertos (por razones de seguridad). El ejercicio al aire libre, las visitas familiares y las llamadas telefónicas están prohibidas; los presos pasan prácticamente todo el día encerrados, saliendo solo brevemente para raras audiencias por videoconferencia con jueces o para movimientos disciplinarios o demostrativos por el recinto. La administración anunció que no existen programas de rehabilitación ni revisión de sentencias para estos reclusos: según el ministro de Justicia, Gustavo Villatoro, “estos criminales nunca volverán a la sociedad”. Efectivamente, es una condena de por vida sin posibilidad de libertad, ese es el enfoque del gobierno hacia los pandilleros en CECOT. Para mantener el orden, se ha desplegado una gran fuerza: el recinto está vigilado las 24 horas por 600 soldados y 250 agentes de policía.

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele (centro, con chaqueta azul oscuro) junto al ministro de Defensa Rene Merino Monroy (a la izquierda) y el jefe de la Policía Mauricio Arriaza (de uniforme negro) inspeccionan el nuevo complejo penitenciario CECOT en enero de 2023. Unidades de guardia alineadas a ambos lados. Foto: Casa Presidencial El Salvador (CC0).

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele (centro, con chaqueta azul oscuro) junto al ministro de Defensa Rene Merino Monroy (a la izquierda) y el jefe de la Policía Mauricio Arriaza (de uniforme negro) inspeccionan el nuevo complejo penitenciario CECOT en enero de 2023. Unidades de guardia alineadas a ambos lados. Foto: Casa Presidencial El Salvador (CC0).

El régimen en la “mega-cárcel” es extremadamente severo, lo que ha suscitado tanto elogios como críticas. Los partidarios del presidente Bukele señalan que, finalmente, miles de asesinos y extorsionadores están aislados de la sociedad: la prisión es la encarnación física de la victoria del Estado sobre las maras. Por otro lado, los defensores de los derechos humanos advierten: los arrestos masivos se realizaron a menudo sin pruebas suficientes y mantener a las personas en mazmorras tan hacinadas equivale a tortura. Se han reportado muertes de presos por enfermedades y falta de atención médica. Las familias de los detenidos se quejan de no tener noticias de sus seres queridos desde hace meses. Organizaciones internacionales (Human Rights Watch, Amnistía Internacional, etc.) acusan al gobierno de El Salvador de violar derechos humanos fundamentales en nombre de una “victoria rápida” dudosa sobre el crimen. El propio Bukele rechaza las críticas, afirmando que la prioridad es proteger la vida de los ciudadanos respetuosos de la ley y señalando la fuerte caída en la tasa de homicidios: en 2022–2023, esta cifra cayó a un mínimo histórico. De hecho, según datos oficiales, en 2023 El Salvador ya no figuraba entre los países más peligrosos del mundo, en gran parte porque decenas de miles de mareros activos están ahora tras las rejas.

Nayib Bukele – presidente de El Salvador, quien lanzó una campaña sin precedentes contra las pandillas callejeras en 2022. Sus métodos han reducido visiblemente el crimen y desatado un debate sobre derechos humanos. Foto: AndreX (CC BY-SA 4.0).

Nayib Bukele – presidente de El Salvador, quien lanzó una campaña sin precedentes contra las pandillas callejeras en 2022. Sus métodos han reducido visiblemente el crimen y desatado un debate sobre derechos humanos. Foto: AndreX

La campaña implacable de Bukele contra las pandillas callejeras ha cambiado radicalmente la situación delictiva en El Salvador. A comienzos de 2025, más de 70.000 presuntos mareros estaban en prisión; esencialmente, toda una generación apartada del mundo del crimen organizado. Las calles que antes controlaban las pandillas van regresando poco a poco al control estatal: las tasas de homicidio han bajado y la presión de la extorsión a los negocios ha disminuido. Muchos salvadoreños, por primera vez en años, sienten una relativa seguridad en sus barrios. Sin embargo, esa “victoria” ha tenido un alto coste. El país sigue bajo estado de excepción, donde las libertades de los ciudadanos están gravemente restringidas y las fuerzas de seguridad tienen poderes ampliados. Las cárceles están hacinadas y la situación en CECOT lo evidencia. Los defensores de los derechos humanos temen que, si no se abordan las causas sociales de la violencia de las pandillas –pobreza, desempleo, falta de oportunidades para los jóvenes–, la dureza del sistema represivo podría causar nuevos problemas en el futuro.

Dentro de la prisión más estricta y grande del mundo: cómo El Salvador libra la guerra contra los criminales (CECOT). Video: Joe HaTTab

Aun así, la experiencia de El Salvador ya llama la atención de otros países de la región. El término “hacer un Bukele” se ha convertido en una frase hecha para referirse a una política dura contra el crimen. Los gobiernos vecinos están estudiando el modelo salvadoreño –desde represiones totales hasta la construcción de cárceles ultragrandes– como posible receta para combatir sus propios grupos criminales. El propio Nayib Bukele, cuyo nivel de aprobación se disparó gracias a su guerra contra las pandillas, ha declarado su intención de continuar hasta erradicar a las maras. Es demasiado pronto para juzgar los resultados a largo plazo de esta estrategia. Pero algo es seguro: las pandillas callejeras de El Salvador ya no se sienten intocables, y sus ominosos tatuajes y grafitis se desvanecen poco a poco ante una nueva realidad, en la que el Estado intenta recuperar el control de las calles y de la vida de las personas.

Texto Equipo iNKPPL

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